Acompañamiento para los hijos de los misioneros

“Dios llamó a mis padres a ir a una nueva cultura, aprender el idioma y dedicar sus vidas, a compartir el Evangelio con esas personas. Pero ese no fue mi llamado—fue el de ellos.”
Ese pensamiento podría ser común, al menos en alguna de las etapas de vida, entre los hijos de misioneros. Sus padres aceptaron este llamado desafiante de ir y por ende enfrentar numerosos desafíos antes y después de llegar al campo misionero. Sin embargo, sus hijos enfrentan desafíos distintos, unos que sus padres tal vez no tengan la oportunidad de experimentar o comprender.

¿Por qué estoy aquí?
¿De dónde soy?
¿Dónde está mi hogar?
¿A qué cultura pertenezco?
¿Por qué nos pasa esto o aquello?

Estas preguntas son sencillas de formular pero profundamente complejas de responder dentro del mundo de un Chico de la Tercera Cultura (CTC).  Si en medio de estos desafíos únicos, los hijos de misioneros reciben las herramientas y el cuidado que necesitan podrán desarrollar competencias y habilidades que les ayudarán a navegar estas y futuras experiencias de forma resiliente.
Hace un tiempo me reuní con Aritza, una psicóloga que forma parte del equipo de cuidado integral de Reflejo. Juntas hablamos sobre algunas de las dificultades que enfrentan los hijos de misioneros y cómo pueden sentirse apoyados.

Aquí hay 4 desafíos únicos que enfrentan los hijos de los misioneros:

1. Laberinto Educativo: Un mosaico de aprendizaje
La escuela siempre ha sido fundamental para el desarrollo social e intelectual de un niño. Para los hijos de misioneros, sin embargo, la educación puede tener un desafío adicional debido a las frecuentes mudanzas, las barreras lingüísticas y los sistemas educativos variados. Algunos hacen escuela en casa, otros asisten a escuelas internacionales y algunos van a internados. Debido a que los currículos escolares son diferentes en cada país, con frecuencia los chicos de tercera cultura tienen que avanzar o retroceder un grado mientras simultáneamente aprenden un segundo idioma e incluso un tercero.
En mi caso, al regresar a Argentina, el año escolar comenzaba en febrero y terminaba en diciembre. Aunque ya había terminado sexto grado en julio, tuve que repetirlo en español durante el resto del año. La adaptación no fue solo académica; también fue social y emocional.

2. Identidad Cultural: Pertenecer a todas partes y a ninguna
Los hijos de misioneros crecen inmersos en múltiples culturas: la cultura de sus padres en casa, la cultura del campo misionero y, con frecuencia, la cultura internacional de sus compañeros. Esta mezcla puede generar incertidumbre sobre su identidad y sentido de pertenencia. Adicionalmente, cuando regresan a su país de origen, pueden enfrentar el choque cultural inverso—una experiencia desorientadora donde la cultura a la que “se supone” que pertenecen se siente extraña. De repente tienen que aprender dónde encajan dentro de este nuevo país, mientras que antes habían encontrado, al fin, un lugar adonde sentían que pertenecían mientras estaban en el campo.
Recuerdo sentirme como un camaleón. Después de varios años en Argentina, aprendí a adaptarme imitando a los que me rodeaban. Por fuera, parecía encajar, pero por dentro me sentía como un extranjero. Sabía que nunca podría identificarme completamente con los niños que habían crecido totalmente en una sola cultura.

3. Pérdida y Duelo: Las despedidas que nos moldean
Dejar un hogar, amigos o familia extendida nunca es fácil, pero los hijos de misioneros tienen el peso emocional de decir adiós, múltiples veces a lo largo de sus vidas. Construir amistades profundas y conexiones lleva tiempo, pero los chicos pueden encontrarse dejando esas conexiones antes de que florezcan completamente, preguntándose, “¿Los volveré a ver algún día?”. Muchas veces, su duelo es silencioso y oculto porque tal vez ni siquiera se den cuenta de que están lamentando viejas amistades o pérdidas, y se encuentran anhelando a alguien que pueda entenderlos. Algunos tienen más facilidad para hacer amigos, mientras que otros se sienten frustrados y no quieren intentar construir conexiones, sabiendo que algún día se irán.
Mi hermana una vez me dijo: “Mis amigos no entienden que sé lo frágil que es el tiempo. Ellos creen que siempre tendremos más tiempo, pero yo sé que las cosas pueden cambiar en un instante y que tal vez nunca volvamos a vernos”.

4. Luchas Espirituales: Cargando el peso de las expectativas
Muchas veces, los hijos de misioneros luchan con su propia fe, especialmente si sienten que ha sido impuesta por otros o que se espera que representen a sus padres. Algunos países a los que van los misioneros no tienen ministerios para jóvenes y niños, por lo que muchas veces pueden sentirse aislados en sus preguntas, dudas, frustraciones y en su vida espiritual en general. Lamentablemente, es muy común, aunque equivocada, la idea de que un hijo de misionero no necesita ser discipulado y que ya debe tener una relación con Dios porque se crio viendo a Dios en las vidas de sus padres.
Me llevó mucho tiempo darme cuenta de que necesitaba y quería ver a Dios en mi propia vida y en mis propias experiencias porque las personas me hicieron creer que la fe de mis padres y sus experiencias eran las mías.

Conociendo todo esto, entendemos que nuestra responsabilidad, como cuerpo de Cristo, es:

Promover un espacio seguro y acompañar a los hijos de los misioneros.  Espacios (en grupos pequeños de Chicos de tercera cultura y de forma individual) donde sean honestos, manifiesten sus preguntas, se les acompañe integralmente y encuentren su identidad en Cristo. Porque al igual que cualquier otro chico, necesitan sentir que son escuchados y no están solos en medio de las turbulencias emocionales que enfrentan.

Aritza nos dice que:
“Como humanos, al igual que nosotros, atravesarán situaciones difíciles y cualquier obstáculo que enfrenten puede maximizarse en sus interacciones con sus padres. Por eso también queremos equipar a sus padres con las herramientas adecuadas, no para que tengan un proceso o una familia que parezca perfecta, sino para que sean conscientes de estos retos únicos y los atraviesen juntos como familia, estando ahí el uno para el otro y sigan cumpliendo su propósito en Dios”.

Dentro de Cuidado Integral en Reflejo estamos comprometidos con Dios en nutrir a una nueva generación de hijos de misioneros que se sientan escuchados y apoyados, con padres equipados para guiarlos a través de los desafíos únicos que enfrentan. Recordemos que, aunque sus padres son llamados al campo misionero, los hijos también tienen su propio camino—uno que también merece nuestro cuidado, comprensión y oración.

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